EL ELIXIR DE LA VIDA
*DEL DIARIO DE UN CHELA*. De G—M—, F.S.T.
Y Enoch caminó con los Elohím y los Elohím se lo llevaron. —Génesis
**INTRODUCCIÓN**
La insólita información, pues cualquier otra cosa que el mundo pueda pensar al respecto, sin duda será reconocida como tal, contenida en el artículo siguiente, merece unas cuantas palabras a manera de introducción.
Los detalles dados en relación con el tema que siempre ha sido considerado como uno de los más oscuros y celosamente guardados de los misterios de la iniciación en el ocultismo, desde los días de los Rishis hasta los de la Sociedad Teosófica, han llegado a ser del conocimiento del autor de una manera que parecería extraña y sobrenatural de acuerdo a la opinión profana de los europeos. Él, sin embargo, podemos asegurar al lector, es el más apasionado no creyente en lo sobrenatural, si bien, ha aprendido de sobra a limitar las facultades de lo natural, como algunos hacen. Posteriormente, él tendrá que manifestar oportunamente su propia opinión.
Quedará claro, a partir de una cuidadosa lectura de los hechos, que si el tema es fidedigno tal como ahí se expone, el autor no puede ser un discípulo de alto grado, puesto que el artículo, en tal caso, jamás hubiera sido escrito. Tampoco él pretende serlo. Él es, o más bien fue, durante algunos años un simple Chela. De ahí que, en consecuencia, el relato también es fidedigno, aunque, de acuerdo con los altos grados del misterio, él no puede tener experiencia personal alguna, sino que habla de ello solo como un cercano observador dejado a sus propias conjeturas, nada más.
No obstante, se atreve a asegurar que durante, y desafortunadamente para él, a pesar de, su muy corta estancia con algunos Adeptos, él de hecho experimentó y comprobó información de algunas de las etapas menos trascendentales o elementales del «sendero.» Y, a pesar de que le sería imposible proporcionar pruebas serias acerca de lo que hay más allá, aún así sostiene que todos sus estudios cursados, su entrenamiento y experiencia, constante, estricta y peligrosa como lo ha sido siempre, lo llevaron a la convicción de que todo es tal como dijo, dejando algunos detalles ocultos a propósito. Por razones que no pueden revelarse al público, él es incapaz de, o no está dispuesto a revelar el secreto al que ha tenido acceso. Sin embargo, tiene permiso de a quién debe todo su respetuoso afecto y gratitud—su actual Gurú—para divulgar, en beneficio de la Ciencia y del Hombre, y especialmente en beneficio de quienes tengan el valor suficiente como para hacer el experimento personalmente, los siguientes increíbles detalles de los procedimientos ocultos para prolongar la vida por un período más allá de lo común.—G.M.] ⎯⎯ PROBABLEMENTE una de las primeras consideraciones que actualmente mueven al profano a solicitar la iniciación en Teosofía es la creencia, o la ilusión de que, en cuanto ingrese, le será conferida al candidato cierta superioridad extraordinaria por sobre el resto de la humanidad. Algunos incluso creen que el resultado final de su iniciación será quizás la sustracción de la llamada masa común y corriente de la humanidad. Los secretos de «El Elixir de la Vida», se dice, están en posesión de los Kabalistas y de los Alquimistas, aunque también son conservados por los aprendices de Ocultismo—en Europa Medieval. La leyenda del Ab-è Hyat o Agua de la Vida, todavía es considerada como un hecho por los remanentes dispersos de las sectas esotéricas Asiáticas ignorantes del verdadero Gran Secreto. La «esencia picante y ardiente,» por medio de la cual Zanoni transformó su ser, todavía dispara la imaginación de los modernos visionarios, como un posible descubrimiento científico futuro.
De acuerdo con la Teosofía, aunque el hecho es diferente a lo que se ha revelado como verdad, ahora se sabe que las ideas antes mencionadas respecto a la forma de proceder para llegar a realizar el hecho, son falsas. El lector puede o no creerlo; pero de hecho, los Teósofos Ocultistas aseguran tener comunicación con Inteligencias (vivientes) que poseen un panorama infinitamente más amplio de observación que lo contemplado incluso por las aspiraciones más altas de la ciencia moderna, y por todos los actuales «Adeptos» de Europa y América—aficionados a la Kabalah—. Pero más allá de todo lo que estos Intelectos superiores han investigado (o, si se prefiere, «se dice» que han investigado), y remotamente más allá de lo que pueden haber investigado con la ayuda de la inferencia y la analogía, aún así Ellos han fracasado en descubrir en lo Infinito otra cosa permanente que no sea— el Espacio. Todo está sujeto al cambio. Por tanto, la reflexión sugerirá fácilmente al lector la profunda conclusión lógica de que en un Universo que es básicamente efímero en sus circunstancias, no hay nada que pueda conceder la permanencia. Por tanto, no es posible que ningún elemento, aun cuando proviniera de las profundidades de lo Infinito; ninguna combinación imaginable de substancias, sea de nuestra tierra o de cualquier otra, aunque hubiera sido compuesta por la Inteligencia más Alta; ninguna forma de vida o incluso cualquier disciplina dirigida por la voluntad y la práctica más perseverante, podría hacer posible la Inmutabilidad. Puesto que en el universo de los sistemas solares, dondequiera y como sea que se investigue, la Inmutabilidad necesitaría «No-ser» en el sentido físico dado por los Teólogos—No-ser, significa nada para las mentes estrechas de los Religiosos Occidentales—un reductio ad absurdum. Esto es un burlesco insulto incluso al atribuírselo a los seudo-Cristianos o a la idea religiosa de un Dios tipo Jehová.
En consecuencia, se comprenderá que la idea general de la «Inmortalidad» no sólo está en principio equivocada, sino que es una imposibilidad física y metafísica. La idea, sea sostenida por Teósofos o por no-Teósofos, por Cristianos o Espiritualistas, por Materialistas o Idealistas, es una ilusión quimérica. Sin embargo, actualmente la prolongación de la vida humana, de hecho es posible durante un tiempo tan largo que parecería milagrosa e increíble a quienes consideran nuestra vida productiva necesariamente limitada a lo sumo a un par de cientos años. Podemos fraccionar, por así decirlo, el trauma de Muerte y, en lugar de morir, transformar una súbita inmersión en la oscuridad en una transición hacia una luz más clara. Y esto puede hacerse tan gradualmente que el paso de un estado de existencia a otro vería reducida su consunción al mínimo, hasta ser prácticamente imperceptible. Este es un tema muy diferente, y de hecho, trascendente para la Ciencia Oculta. En este, como en otros casos, las voluntades disciplinadas adecuadamente pueden lograr su propósito, y las causas producir los efectos. Por supuesto, la única pregunta sería, cuáles son estas causas, y cómo, a su vez, pueden ser originadas. Levantar, hasta donde puede permitirse, el velo de este aspecto del Ocultismo, es el objeto del presente artículo.
Debemos establecer como premisa recordarle al lector dos enseñanzas Teosóficas, constantemente dadas en «Isis sin Velo» y en otros trabajos místicos—a saber, (a) que finalmente el Kosmos es Uno—Uno bajo infinitas variaciones y manifestaciones, y (b) que el llamado hombre es un ser «compuesto»—compuesto no sólo en el sentido exotérico científico de ser un conjunto de las llamadas unidades de densa vida material, sino también en el sentido esotérico de ser una sucesión de siete formas o partes de sí mismo, interconectadas entre sí. Para ponerlo más claro, diremos que las formas más etéreas no son sino duplicados del mismo físico—cada una más sutil, ubicándose entre los espacios inter-atómicos más densos de la siguiente. Tendrá el lector que comprender que éstas no son en absoluto sutilezas, ni «espiritualidades» en el sentido de la espiritualidad Cristiana. En el hombre que uno ve reflejado en su espejo, en realidad se encuentran varios hombres, o un hombre compuesto de varias partes; cada uno la exacta contraparte del otro, sólo que la «configuración atómica» (a falta de mejores palabras) de cada uno, está distribuida de manera tal que sus átomos inter-penetran a los de la forma «más densa» que le sigue. No importa, para nuestro presente propósito, cómo los Teósofos, los Espiritualistas, Budistas, Kabalistas, o Vedantistas, cuentan, separan, clasifican, ubican o le llamen a éstos, sino que esa guerra de palabras se deje para otra ocasión. Tampoco importa qué relación tenga cada uno de estos hombres con respecto a los «elementos» del Kosmos del que forman parte. Este conocimiento, aunque de vital importancia en otros sentidos, no necesita explicaciones o discusiones por ahora. Tampoco nos interesa que los Científicos nieguen la existencia de dicha configuración, ya que sus instrumentos resultan inadecuados para hacer que sus sentidos lo perciban. Simplemente contestaremos—«hagan mejores y más sensibles instrumentos, y probablemente lo lograrán».
Todo lo que tenemos que decir es que, si están impacientes por beber de «El Elixir de la Vida,» y vivir mil años o más, tomen nota de lo aquí dicho por nosotros con respecto al tema, y saquen sus propias conclusiones. Pues la ciencia esotérica no dará la más mínima esperanza de lograr el objetivo deseado alguna vez, de ninguna otra manera; aunque la ciencia moderna o exacta, como se le llama—se ría de ello. Así pues, hemos llegado al punto dónde tenemos que decidirnos— literalmente, no metafóricamente—a romper el cascarón exterior conocido como envoltura o cuerpo mortal, y salir de él, vistiéndonos con el siguiente. El «siguiente» no es espiritual, sino sólo una forma más etérea. Mediante un largo período de instrucción y práctica nos adaptaremos para poder vivir en este éter, período durante el cual iremos eliminando el cascarón exterior gradualmente, a través de cierto procedimiento (las indicaciones al respecto se encuentran más adelante) nos prepararemos para esta transformación fisiológica.
¿Cómo lo haremos? En primer lugar, dispondremos de nuestro cuerpo actual, visible, material,—del Hombre, como se le llama; aunque, de hecho, es su cascarón—para proceder con él. Permítasenos tener presente que la ciencia nos enseña que aproximadamente cada siete años cambiamos de piel tan efectivamente como cualquier serpiente; y lo hacemos de manera tan gradual e imperceptible que no tiene ciencia comprobarlo después de algunos años de incesante estudio y observación, nadie tiene la más ligera duda de que esto es un hecho.
Es más, podemos comprobar que después de un período de tiempo cualquier corte o herida en el cuerpo, aunque sea profunda, muestra una tendencia a reparar la pérdida y a renovarse; un pedazo de piel perdida es muy pronto reemplazado por otro. Por eso, si un hombre es desollado vivo parcialmente, en ocasiones puede sobrevivir y cubrirse con una nueva piel, asimismo nuestro astral o cuerpo vital—el cuarto de los siete (toda vez que ha atraído e integrado en sí mismo al segundo) es mucho más etéreo que el físico—y está hecho para adaptar sus partículas a los cambios atmosféricos. Todo el secreto consiste en tener éxito en desdoblarlo hacia el exterior, y separarlo del visible; y mientras sus átomos, generalmente invisibles, proceden a condensarse en una masa compacta, deshacerse gradualmente de las viejas partículas de nuestra envoltura visible a fin de hacerlas morir y dispersarlas antes de que un nuevo conjunto similar tenga tiempo de desarrollarse y reemplazarlas. No podemos decir nada más. Magdalena no es la única que puede mencionarse por tener «siete espíritus» en su interior, aunque hay hombres que tienen un número menor de espíritus (¡qué término más equivocado, esa palabra!) en su interior, no son una minoría o la excepción; son fallas de la naturaleza—hombres y mujeres incompletos. *
Cada uno de ellos tiene que subsistir al más denso que le antecede, y consecutivamente morir. La excepción es el sexto que es asimilado e incorporado al séptimo. El «Dhâtu» ** del antiguo fisiólogo hindú tiene un doble sentido, el esotérico se corresponde con el tibetano «Zung» (los siete principios del cuerpo).
NOTAS: * Esto no debe ser tomado como queriendo decir que dichas personas están totalmente privadas de uno o de algunos de los siete principios—un hombre que ha nacido sin un brazo todavía tiene su contraparte etérea; pero son tan latentes que no pueden desarrollarse, y por tanto, se consideran como no existentes.— Ed. Teos. ** Dhâtu—las siete principales substancias del cuerpo humano: quilo, carne, sangre, grasa, huesos, médula, semen.
Los Asiáticos, tenemos un proverbio, seguramente nos fue transmitido, y los Hindúes lo repitieron, ignorantes de su significado esotérico. Ha sido conocido desde siempre por los viejos Rishis quienes lo incorporaron familiarmente entre las personas humildes y los nobles a quienes instruyeron, pasando así más adelante. Los Devas musitan de boca a oído a cada hombre —tú solo—si lo deseas—serás «inmortal.» Agreguen a esto lo dicho por un autor Occidental, que si un hombre cualquiera pudiera comprender tan sólo por un momento que tendrá que morir algún día, moriría en ese mismo momento.
El Iluminado percibirá que en estos dos refranes, sabiéndolos entender adecuadamente, está revelado todo el secreto de la Longevidad. Nosotros morimos cuando nuestra voluntad deja de ser lo suficientemente fuerte para hacernos vivir. En la mayoría de casos, la muerte llega cuando el sufrimiento y el agotamiento de la fuerza vital, acompañados de un súbito cambio en nuestra condición física se vuelven tan intensos como para debilitar, por un solo instante, nuestra «conexión con la vida,» o fuerza de voluntad para vivir. Hasta entonces, no importa cuán grave pueda ser la enfermedad, cuán agudo el dolor, sólo estaremos enfermos o heridos, según sea el caso. Esto explica los casos de muerte súbita por alegría, miedo, dolor, pena u otras causas. El sentimiento de una tarea de vida consumada, de la inutilidad de la existencia de uno, aún si se cumplió con determinación, produce la muerte tan cierto como lo hace el veneno o la bala de un rifle. Por otro lado, una seria determinación para seguir con vida, de hecho, ha llevado muchos a pasar por las crisis de las enfermedades más severas, en perfecta calma. Ante todo, en tal caso, se debe tener el valor—la Voluntad—la absoluta convicción de estar en lo cierto, para sobrevivir y seguir adelante. * Sin eso, todo lo demás es en vano. Y para tener firmeza en la intención, se debe poseer, no sólo una resolución momentánea, no sólo un gran deseo de corta duración, sino un esfuerzo firme y perseverante, tanto como pueda prolongarse y mantenerse concentrado sin distraerse un solo momento. En una palabra, el supuesto «Inmortal» debe mantenerse alerta noche y día, consciente de sí mismo. Vivir—vivir—vivir—debe ser su inquebrantable determinación. Debe permitirse lo menos posible ser desplazado fuera de sí mismo. Podrá objetarse que esta es la forma más recalcitrante de egoísmo, —que es absolutamente contrario a nuestras tareas Teosóficas de benevolencia, y desinterés, y a nuestras consideraciones en favor de la humanidad. Muy bien, visto desde una perspectiva miope, así es. Pero, para hacer el bien, como en todo lo demás, un hombre debe tener el tiempo y los materiales con qué trabajar, pues son los medios indispensables para adquirir poderes por medio de los cuales hacer mucho mayor bien que sin ellos.
Cuando éstos por fin se llegan a dominar, las oportunidades de emplearlos se presentan, pues llega el momento en que ya no son precisos la consciencia y el esfuerzo extras—es el momento en que se rebasa el punto de retorno con seguridad. Dando por supuesto que aquí estamos tratando con aspirantes y no con chelas avanzados, debemos señalar que en el primer grado son absolutamente indispensables una voluntad determinada, férrea, y una clara consciencia de sí mismo. No debe creerse, sin embargo, que al candidato se le exija que sea inhumano o insociable en su despreocupación por los demás. Semejante imprudente conducta egoísta sería tan perjudicial para él, como lo contrario, derrochar su fuerza vital en la satisfacción de sus deseos físicos. Todo lo que se le pide es una mera actitud negativa. Hasta que el punto sin retorno se alcance, no debe «disponer» su energía en un excesivo o apasionado apego por cualquier causa, no importa cuán noble, cuán «buena,» cuán elevada sea. * Lo cual, podemos asegurar formalmente al lector, le traerá su recompensa de muchas maneras—quizá en otra vida, quizás en este mundo, de otro modo tendería a acortar la misma existencia que desea conservar, tal como lo hacen la autocompasión y el libertinaje.
NOTA: * En el capítulo xi Consideraciones Cósmicas Sociales, del «Mundo Oculto,» del Sr. Sinnett, el muy explotado por el autor, y aún más dudoso cronista asegura que todavía nadie de su «grado es como el rudo héroe de Bulwer,» Zanoni... «nos hallamos lejos de ser momias sin corazón, desprovistos de moral» y agrega que pocos de ellos «querrían desempeñar en la vida el papel de una flor seca entre las hojas de un libro de rimbombante poesía.» Pero nuestro Adepto omite mencionar que uno o dos grados más altos, y tendrá que someterse durante un período de años a dicho proceso de momificación, a menos que, de hecho, abandone voluntariamente una tarea de toda la vida y—Muera.
Por eso, sólo algunos de los verdaderamente grandes hombres del mundo (por supuesto, los vividores sin moral que han empleado grandes poderes en malos usos, quedan excluidos del tema) —los mártires, los héroes, los fundadores de religiones, los libertadores de naciones, los líderes de las revoluciones—siempre han sido miembros de la longeva «Hermandad de Adeptos,» la cual fue acusada por algunos y durante muchos años de egoísmo. (Igual que a los Yoguis, y Fakires de la India moderna—la mayoría de los cuales están trabajando actualmente, pero a quienes la tradición de la letra muerta, les exige que mantengan los principios de su tarea—mostrarse bien muertos a cualquier sentimiento interior o emoción.) A pesar de la pureza de sus corazones, de la grandeza de sus aspiraciones, del desinterés de su auto-sacrificio, no pueden hacer su vida porque en tal caso estarían desperdiciando el tiempo.
Ellos podrán ejercer poderes que el mundo ha llamado en ocasiones milagros; podrán electrizar y subyugar a la Naturaleza humana mediante una Voluntad inquebrantable y siendo honestos consigo mismos; también podrán poseer una, así llamada, inteligencia sobrehumana; incluso tener conocimiento de, y estar en comunión con miembros de nuestra propia Hermandad oculta; pero, habiendo decidido voluntariamente consagrar su energía vital en beneficio de otros, en lugar de a ellos, han renunciado a la vida; y, al morir en la cruz o en el cadalso, o abatidos, espada en mano, en el campo de batalla, o desplomándose agotados después de consumar exitosamente el propósito de su vida, en el lecho de muerte de sus cámaras, todos ellos han gritado al final: «¡Eli, Eli, lama sabactani!»
Hasta ahora todo está bien. Pero, la voluntad de vivir, aunque poderosa, hemos comprobado, en el transcurso rutinario de la vida mundana, que no puede vencer a la agonía de la muerte. La frenética, y una y otra vez renovada lucha de los elementos Kósmicos para hacer frente a un cambio de decisión, en contra de la voluntad que los controla, como a un par de caballos desbocados que luchan contra el decidido conductor que los sujeta, es tan constante e intensa, que los mayores esfuerzos de una voluntad humana no disciplinada que actúa dentro de un cuerpo no dispuesto, resultan finalmente inútiles. El máximo heroísmo del soldado más valiente; el sincero deseo por la anhelada amada; el hambre de codicia del insaciable avaro; la más incuestionable fe del más recalcitrante fanático; la insensibilidad al dolor más practicada del piel roja más resistente o del medianamente entrenado Yogui hindú; la filosofía más madura del más ilustre pensador—todos fracasan por igual, finalmente. De hecho, los escépticos argumentarán, en contra de la verdad del presente artículo, que en base a la experiencia, se observa a menudo cómo las mentes más apacibles y más irresolutas y los más débiles de envoltura física se resisten a «la Muerte» en mayor medida que los hombres de elevada espiritualidad poseedores de una voluntad inquebrantable o que los egoístas más inflexibles e intransigentes, y que el jornalero, el guerrero y el atleta con cuerpo de acero. En la realidad, sin embargo, la clave del secreto de estos fenómenos aparentemente contradictorios está en lo mismo que ya hemos expuesto. Si el desarrollo físico del denso «cascarón exterior» se da paralelamente y en la misma proporción que la voluntad, es lógico pensar que ninguna ventaja se obtendrá al final, con el propósito de fortalecerla. Si un ejército moderno adquiere las mejores armas, no tendrá la superioridad absoluta si el enemigo también las tiene.
Por tanto, en seguida resultará evidente, para quienes lo analicen, que muchos de los ejercicios por medio de los cuales, lo que se conoce como una «naturaleza poderosa y determinada,» se perfecciona para lograr sus propósitos en el escenario del mundo visible, requieren de, y son inútiles sin un desarrollo paralelo de la llamada «densa» envoltura animal, resultando en breve dicha naturaleza, neutralizada, para el propósito del tema que tratamos, por el hecho de que sus propias acciones dan al enemigo armas iguales a las suyas. La fuerza de la propensión a morir es devuelta en la misma proporción a la voluntad que se le opone; pero como es acumulativa, subyuga a la fuerza de voluntad y finalmente triunfa. Por otro lado, puede suceder que una fuerza de voluntad débil y vacilante que reside en una envoltura física débil y poco desarrollada, se vea reforzada por algún deseo insatisfecho—Ichcha (deseo)—como es llamado por los Ocultistas indios (por ejemplo, una madre que anhela con todo su corazón sobrevivir para proteger a su hijo huérfano)—como para controlar y vencer, durante un breve lapso, los estertores físicos de un cuerpo que se ha vuelto temporalmente superior.
Todo el razonamiento entonces, de la primera condición para prolongar la vida en este mundo, es: (a) desarrollar una Voluntad tan poderosa como para superar la tendencia hereditaria (en un sentido Darwiniano), de los átomos que componen la «densa» y visible envoltura animal, iniciando así una etapa individual de cierto proceso de transformación Kósmica; y (b) debilitar de esa manera la acción concreta de la envoltura animal como para hacerla más dócil a la fuerza de Voluntad. Para derrotar a un ejército, debe desmoralizársele, introduciendo en él la desorganización.
Por tanto, lograrlo, es el propósito real de todos los ritos, ceremonias, ayunos, «oraciones,» meditaciones, iniciaciones y procedimientos de autodisciplina impuestos por varias sectas Orientales esotéricas, desde el sendero de la aspiración pura y elevada que lleva a las etapas superiores del Adeptado Real, hasta las temibles y desagradables pruebas por las cuales tiene que pasar el Adepto del «Sendero de la mano Izquierda», se debe conservar en todo momento la ecuanimidad. Los procedimientos tienen sus ventajas y sus desventajas, sus usos específicos y abusos, sus partes esenciales y no esenciales, sus variados velos, mascaradas, y laberintos. Pero en todos, el resultado esperado finalmente se logra, aunque por diferentes procedimientos. La Voluntad se fortalece, se reanima y se dirige, y los elementos que se oponen a su acción se desmoralizan de inmediato. Ahora, para cualquiera que piense un poco más y relacione las diversas teorías de la evolución, tomadas, no de cualquier fuente ocultista, sino del conocido manual científico accesible a cualquiera—desde la hipótesis de la última variación en los hábitos de las especies—digamos, la adquisición de hábitos carnívoros por el loro de Nueva Zelanda, por ejemplo—hasta los más lejanos vislumbres del Espacio exterior y la Eternidad, enunciados en la doctrina de «la Nube de Fuego», le resultará claro que todos ellos se basan en un solo postulado. Dicho postulado es, que el impulso una vez dado a la hipotética Unidad tiende a repetirse; y por tanto, que cualquier cosa «hecha» por algo en determinado tiempo y lugar, tiende a repetirse en otros tiempos y lugares.
Tal es el razonamiento admitido por la herencia y el atavismo. De eso mismo, aplicado a nuestra conducta ordinaria, se desprende la notoria facilidad con que los «hábitos,»—malos o buenos, según sea el caso—se adquieren, y no se dudará que esto aplica, como regla, tanto a lo moral e intelectual, como al mundo físico. Más aún, la Historia y la Ciencia nos comprueban claramente que hábitos físicos bien definidos conducen a resultados morales e intelectuales bien definidos. De ahí que jamás ha habido una nación conquistadora conformada por vegetarianos. Ni siquiera en los viejos tiempos arios aprendimos que los mismos Rishis, de cuya erudición y practica hemos obtenido los conocimientos de Ocultismo, jamás prohibieron a la casta Kshetriya (el ejército) cazar o la dieta carnívora. Ocupando, como ellos lo hicieron, un lugar predominante en el ente político en el contexto del mundo actual, los Rishis jamás tuvieron la más mínima idea de interferir con ellos, ni de restringir los hábitos de los tigres de la selva. Lo cual no afectó la labor de los Rishis.
El aspirante a la longevidad debe entonces mantenerse en guardia contra dos peligros. Debe tener cuidado sobre todo de los pensamientos animales e impuros. * Pues la Ciencia ha demostrado que el pensamiento es dinámico, por lo que la fuerza de un pensamiento pone en acción a los nervios hasta manifestarse exteriormente, afectando los enlaces moleculares del hombre físico. Aunque los hombres internos, ** logren sublimar su organismo, éste todavía está compuesto de hecho, no teóricamente, por partículas, y todavía están sujetos a la ley de que toda «acción» tiende a repetirse; por lo que tienden a emprender una acción similar a la de la «envoltura» más densa con la que están en contacto, y ocultos en su interior.
NOTAS: * En otras palabras, el pensamiento tiende a provocar el hecho.— G. M. ** Usamos la palabra en plural, pero recordamos al lector que, según nuestra doctrina, el hombre es septenario.— G. M.
Y, por otra parte, ciertas acciones tienden a producir de hecho condiciones físicas adversas a los pensamientos puros, por ende, a las condiciones requeridas para desarrollar el predominio del hombre interno. Para regresar al aspecto práctico. Una mente saludable normal, en un cuerpo saludable normal, resulta un excelente punto de partida. Aunque una naturaleza excepcionalmente fuerte y sincera consigo misma puede ocasionalmente recuperar el terreno perdido por la degradación mental o el mal uso físico, empleando los medios apropiados, bajo la dirección de una firme resolución, sin embargo, a menudo las cosas han ido tan lejos que ya no queda energía suficiente para seguir luchando por prolongar la vida; aunque lo que en lenguaje Oriental se llama el «mérito» del esfuerzo, contribuye en algunas ocasiones a suavizarlas y en otras a mejorarlas.
Como quiera que sea, el mencionado sendero de la autodisciplina comienza aquí. Puede establecerse brevemente que, en esencia, es un sendero de desarrollo moral, mental, y físico, que se debe recorrer en paralelo—uno es inútil sin los demás. El hombre físico debe volverse más puro y sensible; el hombre mental más penetrante y profundo; el hombre moral más bondadoso y filosófico. Y puede afirmarse que todo el sentido de la abstinencia—aunque sea auto-infligida—está por demás. No todo resulta exclusivamente «bien» cuando se impone mediante la fuerza física; las amenazas o los sobornos (sean de naturaleza física o, de la llamada «espiritual»), le son absolutamente inútiles a la persona que hace alarde de ellos, su hipocresía tiende a envenenar la atmósfera moral del mundo, sino que el deseo de ser «bueno» o «puro,» para que sea fructífero debe ser espontáneo. Debe ser un auto-impulso nacido desde dentro, una verdadera preferencia para algo superior, no una abstención del vicio por temor a la ley: tampoco una castidad forzada por miedo al qué dirán; ni una benevolencia ejercida a través del amor a la alabanza o el temor a las consecuencias en una supuesta Vida Futura. *
Se comprenderá enseguida, en relación con la doctrina de la tendencia a la repetición de los actos, anteriormente discutida, que el sendero de la autodisciplina recomendado como el único camino a la Longevidad por el Ocultismo, no es una teoría «visionaria» que plantea «ideas» vagas, sino que hoy por hoy es un sistema científicamente diseñado de ejercicios. Es un sistema por medio del cual cada partícula de los múltiples hombres que componen al individuo septenario recibe un estímulo, y el hábito de hacer lo necesario para lograr ciertos propósitos, por su propio libre albedrío y con «agrado.» Debe practicar y perfeccionar cada uno con la intención de hacerlo de buen talante. Esta regla aplica sobre todo en el caso del desarrollo del Hombre. La «virtud» puede resultarle muy fructífera en su sendero—puede llevarlo a alcanzar los más grandes resultados. Pero para que sea eficaz tiene que practicarla con alegría no con desgano o desagrado.
NOTA:* El Coronel Olcott explica al Budista de manera clara y concisa; la doctrina del Mérito o Karma, en su «Catecismo budista» (Pregunta 83).— G. M.
Como consecuencia de la consideración anterior, el candidato a la Longevidad, al iniciar el sendero debe empezar por evitar sus deseos físicos, más no basándose en ninguna teoría sentimental de «bueno» o «malo», sino por la buena razón siguiente. Dado que, según una muy conocida y actualmente en boga teoría científica, su envoltura material visible está constantemente renovando sus partículas; querrá, al abstenerse de satisfacer sus deseos, llegar al final de cierta etapa durante la cual las partículas que conformaron al hombre vicioso, y que lo predispusieron al mal, son eliminadas. Simultáneamente, el cese de dichas funciones tiende a obstruir la entrada de nuevas partículas en reemplazo de las viejas, que conlleven la tendencia a repetir los hechos. Y, mientras éste será el resultado particular en lo referente a ciertos «vicios,» el resultado general de la abstinencia de todos los actos será (mediante una modificación de la muy conocida ley Darwiniana de la atrofia por falta de uso) la disminución de lo que podemos llamar «densidad relativa» del cascarón exterior y de su conexión con él (como resultado de no poner en acción sus moléculas); en tanto que la disminución en la cantidad de sus actuales constituyentes estará dada (como cuando se utilizan pesos en una balanza) por el incremento en la introducción de partículas más etéreas.
¿Cuáles deseos físicos debe descartar y en qué orden? Primero que nada, debe dejar el alcohol en todas sus formas; porque no le proporciona nutrición, ni placer directo alguno (más allá de la dulzura o la fragancia que puede obtenerse al catar el vino, etc., el alcohol, en sí mismo, no es esencial) ni siquiera para los elementos más densos de la envoltura «física»; induce a actos de violencia, a tener prisa por hablar, por vivir la vida, tensión que sólo puede ser tolerada por elementos muy pesados, burdos y densos, los cuales, por acción de la muy conocida ley de Re-acción (en frase comercial, ley de la «oferta y demanda») tiende a tomarlos del medio ambiente exterior, y por ende, neutralizando directamente el objetivo que tenemos en perspectiva.
Enseguida viene el comer carne, y por las mismas razones, aunque en menor grado. Aumenta la prisa por vivir la vida, las ganas de hacer las cosas, la violencia de las pasiones. Puede ser bueno para un héroe que tiene que luchar hasta morir, pero no para el sabio en cierne que tiene que vivir y... El siguiente en el orden es el deseo sexual; pues éste, además de la gran derrama de energía (fuerza vital) en otros lechos, de muchas maneras diferentes, más allá de lo primario (como, por ejemplo, la pérdida de energía en la concupiscencia, los celos, etc.), conlleva a una atracción directa por cierta materia original del Universo de calidad inmoral, simplemente porque las sensaciones físicas más atrayentes sólo son posibles en ese grado de densidad. Junto con y aún más allá de todas éstas y de otras formas de satisfacer los sentidos (incluyendo no sólo las generalmente conocidas como «perversiones,» sino todas aquellas, que aunque comúnmente se consideran como «inocentes,» quedan descartadas para darle placer a su cuerpo—las más inofensivas para los demás y las menos «inmorales,» es el criterio para descartarlas hasta el final, en cada caso)—para poder alcanzar la purificación moral.
Tampoco debe imaginarse que en la mayoría de casos la «abstinencia», como generalmente es entendida, puede resultar de mucha utilidad para acelerar el proceso de «eterilización». Ésa es la piedra en que muchas de las sectas esotéricas Orientales han tropezado, y la razón por la cual han caído en meras supersticiones. Los monjes Occidentales y los Yogis Orientales, que piensan que alcanzarán la cúspide de los poderes por medio de la concentración de su pensamiento en su ombligo, o permaneciendo de pie en una pierna, practican ejercicios que no sirven para otra cosa que no sea fortalecer la fuerza de voluntad, la cual a veces se aplica para satisfacer los más bajos deseos. Éstos son ejemplos de un desarrollo unilateral e insignificante. De nada sirve el ayuno mientras apetezca la comida. El cese del deseo de comida sin que se deteriore la salud es la señal que indica que puede tomarse en menores y en cada vez decrecientes cantidades hasta llegar el límite extremo compatible con la vida. Se habrá concluido la etapa cuando sólo requiera agua.
Tampoco resulta de utilidad alguna, para lograr el propósito particular de la longevidad, reprimir la inmoralidad mientras siga anhelándola en su corazón; y así sucesivamente con todo los demás deseos interiores insatisfechos. Lo más esencial es librarse del deseo interiormente, para enseguida asemejarse a lo real ya sin su descarada hipocresía e inútil esclavitud.
Esto debe hacerse a través la purificación moral del corazón. Las «más bajas» inclinaciones deben ser las primeras—luego las demás. Primero la avaricia, luego el miedo, enseguida la envidia, el orgullo mundano, la falta de caridad, el odio; detrás de ellos, la ambición y la curiosidad deben descartarse consecutivamente. Paralelamente deben fortalecerse las partes más etéreas y llamadas «espirituales» del hombre. Razonando de lo conocido a lo desconocido, debe procurarse y practicarse la meditación. La meditación es el anhelo inexpresable del Hombre interno que «viaja rumbo a lo infinito,» y que en tiempos antiguos era el verdadero significado de la adoración, pero en la actualidad carece de sinónimo alguno entre los idiomas europeos, porque ya no existe en Occidente, aunque su noción se ha popularizado a través de las farsas inventadas conocidas como oración, celebración, y contrición. A lo largo de todas las etapas de entrenamiento, el equilibrio de la consciencia—la certeza de que todo está bien en el Kosmos, y por tanto en ustedes mismos—debe mantenerse. El proceso de vivir la vida no debe apresurarse sino retardarse, en lo posible; hacer lo contrario puede ser bueno para los demás—quizá incluso para ustedes mismos en otras esferas, pero aceleraría su muerte en vida.
Tampoco deben descuidarse las circunstancias exteriores en esta primera etapa. Recuerden que un Adepto, aunque «vive» para inspirar en las mentes ordinarias la idea de su ser inmortal, no es invulnerable a las influencias del exterior. El entrenamiento para prolongar la vida, por sí mismo, no es un seguro contra accidentes. Hasta donde llega la preparación física, la espada aún puede cortar, la enfermedad entrar, el veneno afectar. Este caso es muy claro y ha sido maravillosamente expuesto en «Zanoni,» y ha sido bien descrito tal como es, a menos que el «adeptado» en general resulte una mentira sin fundamento. El Adepto podrá estar más a salvo de los peligros ordinarios que el mortal común, pero lo está en virtud del conocimiento superior, la calma, la frialdad y la penetración que su prolongada existencia y sus necesidades afines le han permitido adquirir; no en virtud de algún poder para sobrevivir al proceso en sí. Él está a salvo como un hombre armado con un rifle está más a salvo que un simio sin nada; aunque todavía no a salvo en el sentido en que el Deva (dios) se supone que está más a salvo que un hombre.
¡Si este es el caso del alto Adepto, cuánto más resulta indispensable que el neófito no sólo se proteja sino que recurra a todos los medios posibles para asegurarse la duración de vida necesaria para completar el proceso de dominar los fenómenos que llamamos muerte! Podrá cuestionarse, ¿por qué los Adeptos superiores no lo protegen? Quizás lo hacen en cierta medida, pero un niño debe aprender a caminar solo; pues eximirlo de sus propios esfuerzos en cuanto a su seguridad, sería destruir un elemento indispensable para su desarrollo—el sentido de la responsabilidad. ¿Qué clase de valor o conducta se le podría pedir a un hombre enviado a luchar, si va provisto con armas insuperables y vestido con una armadura impenetrable? Por tanto, el neófito debe procurar, hasta donde sea posible, cumplir al pie de la letra con cada norma dispuesta por la ley sanitaria tal como ha sido establecida por los científicos modernos.
Aire puro, agua pura, comida pura, ejercicio moderado, horario regular, ocupaciones y ambientes agradables, todos son, si no indispensables, al menos útiles para su desarrollo. Es para asegurar éstos, al menos tanto el silencio como la soledad, que los Dioses, las Sagas, los Ocultistas de todas las edades se han retirado tanto como ha sido posible a la quietud de algún lejano país, a la frescura de una cueva, a lo profundo del bosque, a lo extenso del desierto, o la cima de las montañas. ¿No es sugestivo que los Dioses siempre han preferido los «lugares altos»; y que, hasta hoy día, la sección más prominente de la Hermandad Oculta en la tierra habita en una meseta de la montaña más alta de la tierra? * Tampoco debe desdeñar el principiante la ayuda de la medicina y de un buen régimen médico. Todavía es un simple mortal, y requiere la ayuda de un simple mortal. Supóngase, sin embargo, que todas las condiciones requeridas, o que se considera se requieren (pues los detalles y las múltiples formas de lo requerido, es demasiado numerosa para ser detallada aquí), se cumplan, «¿cuál es el siguiente paso?» se preguntará el lector. Bien, si no ha habido ningún retroceso o negligencia en el procedimiento indicado, los próximos resultados físicos serán los siguientes:
Al principio, el neófito tendrá que poner más empeño en las cosas espirituales y puras. Gradualmente las tareas burdas y las ocupaciones materiales no sólo le resultarán triviales o un estorbo, sino simple y literalmente intolerables. Se ocupará con más agrado con las sensaciones simples de la Naturaleza—la clase de sentimiento que uno puede recordar haber experimentado de niño. Se sentirá más enardecido de corazón, seguro, feliz. Debe tener cuidado de que la sensación de juventud renovada no lo desencamine, o se arriesgará a caer en su misma vida más degradante de antes e incluso en las más bajas profundidades. «La acción y la Re-acción son equivalentes.»
NOTA: * La estricta prohibición a los judíos de servir a «sus dioses encima de las altas montañas y encima de las colinas» se remonta hasta la renuencia de sus antiguos ancestros a permitir que las personas, en la mayoría de los casos no aptos para ser Adeptos, eligieran una vida de celibato y ascetismo, o en otras palabras, siguieran el adeptado. Esta prohibición tenía un significado esotérico antes de que se convirtiera en una prohibición incomprensible, en el sentido de la letra muerta: por eso no sólo India, cuyos hijos otorgaron honores divinos a los Sabios, sino todas las naciones consideraron a sus Adeptos e iniciados como divinos.—G.M.
En este momento el deseo de comida comenzará a aminorar. Hay que dejar que suceda gradualmente—no es necesario ayunar. Debe tomar lo que sienta que necesita. La comida que apetezca debe ser lo más frugal y natural. La fruta y la leche generalmente son lo mejor. Enseguida, como hasta ese momento, irá simplificando la calidad de su comida, gradual— pero muy gradualmente—en la medida en que sea capaz de disminuir la cantidad. Se preguntarán: «¿Puede un hombre vivir sin comida?» ¡No!, pero antes de que se burlen, consideren la clase de proceso al que nos estamos refiriendo. Es un hecho notorio que muchos de los organismos más bajos y más simples carecen de sistema excretor. El gusano común de Guinea es un excelente ejemplo. Tiene un organismo algo complicado, pero carece de conducto excretor. Todo lo que consume—las substancias más despreciables del cuerpo humano—las aprovecha para crecer y reproducirse. Viviendo, como lo hace, entre las capas de tejidos humanos, no excreta comida sin digerir.
El neófito humano, en cierta etapa de su desarrollo, pasa por una situación en cierto sentido análoga, con la diferencia o diferencias de que él sí excreta, pero a través de los poros de su piel, y por los cuales también entran otras partículas de materia etérea que contribuyen a su sustento. * Por lo demás, toda la comida y la bebida apenas le son suficientes para mantener en equilibrio las partes «densas» de su cuerpo físico que aún quedan luego de reparar su gastada piel a través de la sangre. Más tarde, el proceso de desarrollo celular en su cuerpo sufrirá una transformación; una transformación para bien, al contrario de lo que sucede en la enfermedad, para mal— se volverá todo vida y sensibilidad, y se alimentará del Éther (Âkâsha). Pero para nuestro neófito esa etapa está aún muy lejana.
NOTA: * Él se encontrará en un estado similar al estado físico de un feto antes de nacer en el mundo.— G.M.
Probablemente, mucho antes de que esa etapa haya llegado, otros resultados, no menos sorprendentes e increíbles para el no iniciado, habrán surtido efecto para dar a nuestro neófito valor y consuelo en su difícil tarea. No sería sino una trivialidad repetir lo que han dicho una y otra vez (al ignorar su verdadera razón) cientos y cientos de escritores acerca de la felicidad y la satisfacción que da una vida sencilla y pura. Pero, a menudo, al comienzo mismo del proceso algún resultado físico real, inesperado e impensado por el neófito, ocurre. Alguna enfermedad crónica, hasta ahora considerada incurable, puede dar un giro favorable; o él mismo puede desarrollar poderes curativos mesmerianos; o la agudización hasta ahora desconocida de algunos de sus sentidos puede sorprenderlo. La razón de estas cosas es, como hemos dicho, ni milagrosa ni difícil de comprender.
En primer lugar, el súbito cambio en la dirección de la energía vital (que, a pesar de la opinión que tengamos de ella y de su origen, es reconocida por todas las escuelas de filosofía como la fuerza más oculta y como la fuerza motriz) produce resultados de cierta naturaleza.
En segundo lugar, la Teosofía enseña, como dijimos anteriormente, que un hombre está constituido por varios hombres que nos interpenetran, y desde este punto de vista (aunque es muy difícil expresar la idea en palabras), resulta natural que la «eterilización» progresiva del más denso y más burdo de todos ellos, literalmente da más libertad a los demás. Un tropel de caballos puede ser obstaculizado por una multitud y tendrán mucha dificultad para abrirse paso; pero si cada uno de los de la multitud pudiera transformarse de repente en un fantasma, habría muy poco que los frenara. Y puesto que cada entidad interior es más tenue, activa, y volátil que la exterior, y como cada una mantiene una relación con elementos, espacios, y propiedades diferentes del Kosmos, de los cuales trataremos en otros artículos de Ocultismo, la mente del lector comprenderá que—aunque la pluma del escritor no logre expresarlo en una docena de volúmenes—se despliegan extraordinarias posibilidades ante el neófito.
Muchas de las posibilidades hasta aquí sugeridas pueden ser aprovechadas por el neófito para su propia seguridad, pasatiempo, y para beneficiar a quienes se encuentren a su alrededor; pero la manera en que lo haga, irá en proporción a su aptitud—es una prueba por la cual tendrá que pasar, y el mal uso de estos poderes ciertamente lo llevará a la pérdida de ellos como resultado natural. El Itchcha (o deseo) evocado de nuevo por las perspectivas que se abren puede retrasar o detener su progreso.
Pero hay otra parte del Gran Secreto a la que debemos referirnos, y en este mismo instante, pues la primera, de una larga serie de edades, ha permitido revelarla al mundo, pues la hora ha llegado. El lector ilustrado no necesitará que se le recuerde de nuevo que uno de los más grandes descubrimientos que inmortalizaron el nombre de Darwin es la ley de que un organismo siempre tiende a repetir, en una etapa de vida similar, las cosas que hicieron sus progenitores, lo más seguro en absoluta proporción a dicha etapa de vida similar. Un resultado de esto es, que, en general, los seres organizados mueren a una edad (en promedio) igual a la de sus progenitores. Es verdad que existe una gran diferencia entre las edades actuales en las que los individuos de una especie dada mueren. La enfermedad, los accidentes y el hambre son los principales agentes causantes de esto. Pero, cada especie tiene un límite plenamente reconocido dentro del cual se ubica la existencia de una Raza, y no se conoce a alguno que sobreviva más allá.
Esto también aplica a la especie humana, como a cualquier otra. Ahora, suponiendo que se lograra superar cada circunstancia posible relacionada con la salud, y evitar cada accidente y enfermedad que pudiese padecer un hombre de complexión normal, en algún caso particular, aún así, como es sabido por los médicos, llegará un momento en que las partículas del cuerpo sentirán la tendencia hereditaria a hacer lo que les producirá inevitablemente la muerte, y obedecerán. Será obvio para cualquier persona que lo analice que, si por algún procedimiento, este climaterio crítico pudiera superarse por completo, el peligro subsecuente de «Muerte» sería proporcionalmente menor, conforme pasaran los años. Ahora esto, que ninguna mente y cuerpo normales e impreparados han podido hacer, es posible en determinadas circunstancias para la voluntad y complexión de quien se ha preparado especialmente. Porque tiene menos partículas densas sensibles a la tendencia hereditaria—pues cuenta con la ayuda de los fortalecidos «hombres interiores» (cuya duración normal siempre es mayor, incluso a la muerte natural, que la envoltura exterior visible) y cuenta con la ejercitada e indomable Voluntad para dirigir y hacerse cargo de todo. *
NOTA: * En relación con esto, podemos dejar bien establecido lo que la ciencia moderna, y en especial la fisiología tiene que decir acerca del poder de la voluntad humana. «La fuerza de voluntad es un poderoso elemento que determina la longevidad. Este solo punto debe concederse sin discusión, que de dos hombres en igualdad de circunstancias, el que tenga más valor y agallas será quien más viva. Uno no necesita estudiar mucha medicina para aprender que los hombres que mueren podrían igual vivir si se decidieran a vivir, y que miles de inválidos podrían recuperar las fuerzas si tuvieran la voluntad natural o adquirida para hacerlo. Aquéllos que no tienen otra calidad de vida favorable, cuyos órganos corporales casi todos están enfermos, para quienes cada día es un día más de dolor, asediados por influencias que les acortan la vida, aún ellos, viven sólo por la voluntad.»—Dr. George M. Beard.
De aquí en adelante el sendero del aspirante estará más despejado. Habrá conquistado al «Morador del Umbral»—el enemigo por herencia de su raza, y, aunque todavía está expuesto a peligros siempre nuevos en su avance hacia el Nirvâna, se verá colmado con la victoria, y con renovada confianza y nuevos poderes para secundarlo, pudiendo lanzarse en pos de la perfección.
Pues, debe recordarse, que la naturaleza actúa por doquier a través de la Ley, y que el proceso de purificación en el cuerpo material visible que hemos descrito, también se lleva a cabo en los cuerpos interiores e invisibles a los científicos, debido a las modificaciones del proceso mismo. Todo radica en el cambio, y el desarrollo que los cuerpos más etéreos repiten en base a los progresos del más denso, pues aunque multiplican sucesivamente su duración, van adquiriendo una calidad cada vez mayor en sus relaciones con el kosmos que los rodea, hasta llegar al Nirvâna donde la Individualidad más expandida se une por fin al Absoluto Infinito.
De la descripción anterior del proceso, se deducirá por qué es tan raro ver a un «Adepto» en la vida común y corriente; pues, pari passu, con la «eterilización» de sus cuerpos y el desarrollo de sus capacidades, experimenta una desilusión cada vez mayor, y por así decirlo, un «desinterés» por las cosas de nuestra vida común y corriente. Como el fugitivo que en su huída va arrojando a lo lejos los artículos que le impiden avanzar, comenzando con el más pesado, asimismo quien aspira burlar a la «Muerte» abandona todo lo que ésta última le puede arrebatar. En el progreso de la Negación se puede prescindir de todo excepto de la ayuda. Como dijimos antes, el Adepto no se vuelve «inmortal» como generalmente se entiende la palabra. Al llegar a la edad límite de Muerte de su raza, o cuando la ha rebasado, en realidad ya está muerto, en el sentido ordinario, es decir, ya se ha liberado de todas o casi todas las partículas materiales como lo hubiera hecho necesariamente al entrar en la agonía de la muerte. Ha ido muriendo gradualmente a lo largo de todas las etapas de su Iniciación. La catástrofe no puede pasarle por encima dos veces.
Ha ido extendiendo a lo largo de varios años un proceso apacible de disolución que a otros les sucede desde en un breve lapso hasta en unas cuantas horas. El Adepto superior está, de hecho, muerto para el mundo, y está completamente inconsciente del mismo; se ha olvidado de sus placeres y despreocupado por sus miserias en la medida en que esto involucra al sentimentalismo, pues el estricto sentido del Deber jamás le impide percatarse de su propia existencia. Los nuevos sentidos etéreos abiertos a esferas más vastas son para nosotros superiores, en relación a los nuestros, abiertos a lo Infinitamente Pequeño. Nuevos deseos y satisfacciones, nuevos peligros y nuevos obstáculos van surgiendo ante los nuevos sentidos y las nuevas percepciones; y muy allá, en lo profundo de la bruma—tanto literal como metafóricamente—se queda nuestra descuidada y pequeña tierra abandonada por aquéllos que sin pretextos «se marchan para reunirse con los dioses.»
Además, a partir de lo ya descrito, quedará en claro qué tontería es que las personas pidan a un Teósofo que «les consiga ponerse en contacto con los Adeptos más altos.» Es sumamente difícil que pueda convencerse a uno o dos, incluso ante la agonía de un mundo, a perjudicar su propio perfeccionamiento por entrometerse en asuntos mundanos. El lector ordinario dirá: «Esto no es asemejarse a dios. Esto es el colmo del egoísmo.»... Pero hay que dejarlo que comprenda que un Adepto muy alto, al comprometerse a redimir un mundo, necesariamente tiene que exponerse una vez más a Encarnar. Y, ¿acaso los resultados anteriores, a ese respecto, han sido lo suficientemente alentadores como para motivarlo a un nuevo intento?
Una profunda consideración de todo lo que hemos escrito, también dará al Teósofo una idea de lo que pretenden cuando piden se les ponga en camino de ganar prácticamente «poderes superiores.» Bueno, tan claro como se puede poner en palabras, ahí está el Sendero... ¿lograrán recorrerlo?
Tampoco debe ocultarse que lo que para un simple mortal son peligros inesperados, tentaciones y enemigos, también son obstáculos en el sendero del neófito. Además, que por ninguna otra razón imaginable, sino por la sencilla razón de que, de hecho, al disponer de nuevos sentidos, aún no tiene práctica en su uso, y nunca antes ha sido testigo de las cosas que ve. Un hombre que nace ciego y que súbitamente recobra la visión no domina de inmediato el sentido de la perspectiva, sino que, como un bebé, creerá en algunos casos, que la luna está a su alcance, o, en otros, tomará un carbón encendido con la confianza más imprudente.
Y ¿cuál es, podría cuestionarse, la recompensa a su renuncia a todos los placeres de la vida, a su impasible renuncia a todos los intereses profanos, a ir en pos de una meta desconocida en la vida que parece cada vez más inalcanzable? Puesto que, al contrario de algunos credos antropomórficos, el Ocultismo no ofrece a sus seguidores la permanencia eterna en un cielo de placeres materiales, tras ganarlo por el sólo hecho de haber sido bajado rápidamente hasta el fondo de una tumba. Aunque, de hecho, a menudo se da el caso de que muchos estarían dispuestos con agrado a morir ahora mismo por causa de semejante paraíso.
El Ocultismo tampoco ofrece la posibilidad de obtener fácilmente y de manera rápida placeres, sabiduría y vida eternos. Sólo promete desarrollarlos, en cada vez más espaciosas vueltas espirales ocultas tras velos sucesivos, en una perpetua sucesión de posibilidades cada vez más amplias que conducen al Nirvâna. Asimismo, esto necesariamente da paso a las nuevas responsabilidades que los nuevos poderes traen consigo, y a que el incremento en la capacidad de sentir placer trae consigo una mayor sensibilidad al dolor. A esto, la única respuesta que puede darse es doble: (1) la conciencia de Poder, por sí misma, es el más exquisito de los placeres, y se satisface incesantemente al desarrollar nuevos medios para su empleo y (2) como ya se ha dicho—éste es el único sendero por el cual se encuentra una mínima probabilidad científica de evitar la «Muerte», de asegurar una memoria perpetua, de obtener sabiduría infinita, y por tanto ayudar grandemente a la humanidad, toda vez que el Adepto pase con seguridad el punto de retorno. Es indispensable una lógica, tanto física como metafísica, para respaldar el hecho de que sólo por medio de una absorción gradual en lo infinito puede la Parte integrarse al Todo, y que por ahora sólo se puede sentir, saber, y disfrutar de Todo, cuando se pierde en el Todo Absoluto, en el vórtice de ese Círculo Inalterable donde nuestro Conocimiento se vuelve Ignorancia, y el Todo mismo se identifica con la Nada.
G. M.
Extraido de: 5 años de teosofía
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